jueves, 10 de mayo de 2012

EL ARREPENTIMIENTO VERDADERO

La llamada al arrepentimiento es el ingrediente que más escasea en los esfuerzos evangelizadores de nuestros días. Su ausencia se siente en campañas, conciertos y eventos en los que sobreabundan música, cantantes, megafonía, venta de libros y merchandising evangélica que produciría sin duda mucha vergüenza y desconcierto en quienes nos precedieron en la fe.
Sin embargo, cuando vamos a las páginas de los Evangelios allí hallamos a yeshua de Nazaret comenzando su ministerio público con una clara llamada al arrepentimiento: Mateo 4:17: “Desde entonces comenzó yeshua a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.”


Marcos 1:14-15: “Después que Juan fue encarcelado, yeshua vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.”
¿Qué significa realmente “arrepentimiento”? ¿Es sentir pena por el pecado, remordimiento y poco más? La voz hebrea para “arrepentimiento” es “teshuvá”, y su raíz es “shuv”, que es “volver”, “volverse”, “darse la vuelta con intención de regresar a una posición anterior”.                                                  Dirigida al pueblo hebreo, es una llamada de parte de Dios a los hijos de Israel, para que éstos vuelvan al Eterno y a su Palabra.
Por consiguiente, hacer “teshuvá”, es decir, proceder al arrepentimiento, es convertirse hacia un lugar o posición que se ocupó en un tiempo, y que después se abandonó. Así podemos comprender las palabras de nuestro Señor yeshua el mesías, quien nos dice cuál es el motivo de su venida para estar entre nosotros: Lucas 19:10: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”
Y sabemos por las propias palabras de nuestro Salvador que Él no vino solamente por las ovejas perdidas de Israel, sino que, como Él mismo nos dice en Juan 10:16:  “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.”
Por eso nos dice así en el momento de su ascensión a la gloria que tuvo con el Padre antes de su Encarnación: Mateo 28:16-20: “Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde yeshua les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. Y yeshua se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”
Hubo un día en que la humanidad caminó con Dios, por lo que la llamada del Señor al regreso es precisamente a andar en el camino del Eterno. De ahí que esa llamada no sea solamente para los hijos de Israel, sino que en yeshua el mesías es una vocación de carácter universal, sin discriminación por procedencia ni género.
Por eso afirma la Sagrada Escritura que en yeshua todas las distinciones de cualesquiera especie han sido borradas: Gálatas 3:26-29: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en yeshua hamashiaj; porque
todos los que habéis sido bautizados en mashiaj, de mashiaj estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en yeshua el mesías. Y si vosotros sois de mashiaj, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.”
El genuino arrepentimiento comienza por el reconocimiento de haber cometido una transgresión, el dolor propio de haber desobedecido al Señor, la confesión del pecado a Dios y cuando sea posible también a la persona herida u ofendida, el abandono de semejante acción o actitud, y la restitución del daño cometido, cuando ésta sea posible.
La parábola casi mundialmente conocida del “Hijo Pródigo” es probablemente el mejor ejemplo que podemos hallar en las Sagradas Escrituras para ilustrar lo que significa el arrepentimiento. Forma parte del capítulo 15 del Evangelio según Lucas, en el cual se encuentran las otras dos parábolas: La “Oveja Perdida” y la “Moneda Perdida”.
Sin embargo, el lector avispado pronto se percata de que la conocida como “Parábola del Hijo Pródigo” comienza diciendo: “Un hombre tenía dos hijos”, no “un hijo solo”, por lo que debería haber pasado a conocerse como la “Parábola de los dos hijos perdidos”.
El título de “Parábola del Hijo Pródigo” ha servido seguramente de forma involuntaria para que se desvirtuara el propósito didáctico de la misma, hasta diluirse casi completamente, al proyectar toda la atención sobre el hijo menor que toma su parte de la herencia y la malgasta en la provincia apartada, olvidando al hijo mayor, o bien dejándole en un último plano.
Vamos a recordarla comenzando por el contexto en el cual yeshua la contó: Lucas 15:1-2: “Se acercaban a yeshua todos los publicanos (recaudadores de impuestos al pueblo hebreo a favor del imperio romano y las autoridades locales impuestas por éste) y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come.”
Frente a estos dos grupos de personas, por una parte los publicanos odiados por todos, y los pecadores despreciados por los estrictos cumplidores legalistas, y por otra parte los fariseos y los escribas, orgullosos de sí mismos, yeshua procede a enseñarles mediante estas tres “meshalim/parábola” lo que significa el amor de Dios, quien no hace acepción de personas, y el genuino arrepentimiento. Naturalmente, esta enseñanza de nuestro Señor endurecerá más los corazones de quienes se consideran especiales, “decentes de toda la vida”, y viven amparados en los privilegios de sus orígenes, sus raíces, su extracción social, su status y su praxis religiosa.
Lucas 15:11-32: “También dijo (yeshua): Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré a iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy
digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.                                                                                                                                                                Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre
ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.”
yeshua estaba allanando el camino para que los cobradores de impuestos para Roma, traidores a su pueblo hebreo, y los pecadores, entiéndase aquellos conocidos por todos por su mala vida, pudieran regresar a la comunión con Dios y su Palabra. Ese es el camino del arrepentimiento, del retorno a los caminos de la Santa Ley de Dios.
Aquellos publicanos y pecadores anhelaban volver a la comunión con Dios y su Ley Santa, pero no les resultaba fácil porque los religiosos no les facilitaban la reinserción. Creyéndose “santos” y “justos” no conocían el amor de Dios, el perdón, la misericordia, la justicia, la bondad. Por eso es que se acercaban a yeshua, porque en nuestro Señor sentían la acogida del amor divino, la aceptación, el abrazo sincero del Hermano Mayor que venía a buscar y a salvar a los hermanos menores perdidos, sin reproches, sin castigos, sino, antes bien, con la enseñanza del arrepentimiento y del perdón del Padre que ama a todos sus hijos, a quienes nunca deja de verlos como tales, por muy lejana que sea la provincia a la que nos
hayamos podido distanciar.
Jesús les explica a los fariseos y a los escribas mediante las parábolas de la “Oveja Perdida”, de la “Moneda Perdida” y de los “Hijos Perdidos”, la razón por la que Él acoge a los pecadores que se le acercan, se reúne con ellos y comparte incluso su mesa. Todo su propósito se centra en hacerlos volver. Ese es el arrepentimiento.
Además, nuestro bendito Salvador nos enseña mediante los “meshalim” que hay dos tipos de pecadores, los que caen en la práctica del pecado de forma crasa y desvergonzada, como es el caso del hijo menor de la parábola, y los que viven la praxis del pecado de manera hipócrita, como es el caso del mayor.
Pero la diferencia entre ambos no significa que no haya perdón para ambos, sino que el amor de Dios procura el arrepentimiento para los dos mediante una “teshuvá” desde cualesquiera sea la transgresión cometida, y por muy grande que ésta haya sido.
Curiosamente, ambos ven en el padre de la parábola, la clara figura que señala al Padre Eterno, al proveedor de su bienestar mundano, simplemente como la fuente de su sostén y seguridad.
¡Cuánto ha de aprender en este sentido la corriente de fe mercantilista o de prosperidad mecánica que tan hondamente ha penetrado en la cristiandad de nuestros días! ¡Cuánta similitud hay entre la visión que estos dos hijos tienen del padre y la visión de Dios que circula en muchos lugares en nuestros días!
El hijo menor representa al pecador desvergonzado, carente de temor de Dios ni de respeto a su padre. Exige su parte sin miramiento alguno hacia su padre, quien se ve obligado a repartir la parte de la hacienda que les correspondía a cada uno de sus hijos.
El hijo mayor se siente justificado porque su cumplimiento es estricto, pero sin cercanía ni confianza con el padre. También recibe la parte de la herencia que le corresponde, pero sigue pensando que era su padre quien tenía que sufragar sus fiestas con sus amigos y proveer el cabrito para la cena.             Además, recrimina al padre por el perdón al hijo que, según él, había malgastado su parte de la herencia
con rameras. ¿De dónde le había llegado aquella información? ¿Dispondría de algún canal de información del que nunca participó a nadie? ¿Por qué había guardado silencio tanto tiempo ante su padre?
El mayor no acepta al arrepentido porque no puede ver el amor del padre. En lugar de alegrarse por el regreso de su hermano, a quien dirigiéndose al padre llama “este hijo tuyo”, se enoja y no quiere entrar a participar del banquete, sino que, antes bien, procede a acusar a su hermano de los pecados cometidos.
El pecado del mayor es creerse mejor, especial, justo, y, por consiguiente, no necesitado de arrepentimiento, como todos cuantos mencionan los pecados de los demás, pero ocultan y silencian los suyos propios. Por eso no hallamos ninguna referencia a que el hijo mayor interviniera cuando el menor pidió su parte de la herencia para irse lejos. Se limita a recoger la parte de la herencia que le corresponde y guarda silencio.
Ahora se encuentra con algo que jamás hubiera podido imaginar: Su hermano ha vuelto, derrotado, mugriento, harapiento, pero arrepentido. Y el padre ha hecho fiesta por la alegría de recibir a su hijo bueno y sano. Lo anterior pertenece ya al pasado. El amor del padre lo ha cubierto todo. Así es el amor de Dios.
En este “mashal/parábola” de nuestro bendito Señor y Salvador se mencionan los dos primeros pasos del arrepentimiento genuino: El primer paso radica en el reconocimiento de haber cometido una transgresión del mandamiento divino. Esto acontece cuando el hijo menor vuelve en sí y comprende la situación en que se encuentra, cuando, quizá por primera vez, comienza a sentir lo que significa no estar con su padre, y, por consiguiente, también lo que significa no ser hijo.
El hijo menor había querido ser libre sin darse cuenta de que en la casa del padre ya lo era. Y ahora contemplaba a los cerdos que gruñían mientras devoraban las raciones contadas de algarrobas. El joven se daba cuenta ahora de que separarse del padre había sido como querer separarse del aire. Era, pues, el momento de emprender el camino de la “teshuvá”.
El segundo paso se manifiesta en la confesión de la transgresión, cuando el menor le dice al padre cuál ha sido su pecado y contra quiénes: Contra el cielo y contra su padre, por lo que el hijo deja de considerarse merecedor de ser “hijo”, y sólo se conforma con ser un trabajador más de la hacienda.
Sin embargo, los dos pasos siguientes en el proceso del arrepentimiento no se dan en la parábola. Ni se menciona ninguna imposición de restitución del daño cometido, ni hay ninguna palabra de parte del padre amonestando al hijo a que no vuelva a cometer esa misma transgresión.                                 ¿Por qué perdona el padre al hijo menor y lo restaura a la posición que tenía antes de su separación?
Nuestro bendito Salvador quiere enseñar a aquellos leguleyos, y a todos nosotros, que el perdón divino es inmediato para quienes se arrepienten de todo corazón. El perdón de los cielos es instantáneo tan pronto el pecador reconoce su pecado, lo confiesa y se da la vuelta con sinceridad. De manera que cuando la “teshuvá” es genuina, con todo el corazón y el alma, no hay que esperar a efectuar cualquier
restitución posible, ni cambio alguno, para recibir el perdón, sino que es el perdón el que producirá los cambios y transformaciones en el pecador arrepentido. Los cambios y las restituciones se harán, pero no son prerrequisitos para experimentar el perdón.
Dios nos ama y nos recibe tal y como somos, pero su amor es tan inmenso que no nos dejará continuar siendo como somos. Es el amor perdonador del Señor el que produce en nosotros los cambios. El perdonado hará toda restitución posible. Reparará en lo posible todos los daños producidos. Se alejará de los pecados que le fueron perdonados. Esos serán los primeros frutos del arrepentimiento.
El hijo mayor no puede comprender que su hermano menor se haya arrepentido verdaderamente, y que ese sea suficiente fundamento para ser recibido con gozo y fiesta; que haya sido restituido a su lugar de hijo, con el anillo que simboliza la autoridad, el calzado que cubre la desnudez de sus pies sobre el camino recorrido; que haya sido recibido por el padre y por toda la hacienda sin ninguna objeción ni
reticencia, sino con alegría desbordante. Ahí radica la necesidad de “teshuvá” del mayor, quien precisa de arrepentimiento porque se cree mejor y más digno que su hermano menor, y por eso no lo quiere recibir.
El hijo que nunca se fue lejos, siempre vivió igualmente distante de su padre, por cuanto nunca gozó de su cercanía, de su comunión. ¿Llegaría a comprender algún día lo que significaba vivir sin el padre? ¿Comprendería lo que representa no ser hijo a pesar de serlo?
Creemos que en esta parábola de nuestro Salvador está la clave para la restauración de los hijos de Israel, de Efraím, esparcido entre los gentiles, y de Judá; entre todos los hijos de Abraham, judíos y árabes; entre judíos y cristianos;  entre todos los hombres de esta tierra.
Isaías 11:13: “Y se disipará la envidia de Efraím, y los enemigos de Judá serán destruidos. Efraím no tendrá envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraím.”

Bendiciones en el nombre de yeshua Hamashiaj.

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